Entradas

Mostrando entradas de 2020

Hilos sueltos

Imagen
Normalmente no sueño con grandes tragedias ni tengo pesadillas recurrentes. Voy cada día a la cama, feliz de reencontrarme con mi refugio, donde las horas de descanso repararán y ordenarán todo aquello que el día ensució. Podría incluso decir que cuando sueño me divierto. Asisto a una especie de pase de cine donde el protagonista soy yo y donde me suceden cosas tan increíbles y surrealistas que, cuando consigo recordarlas, ya en la vigilia, me parecen ideadas por un guionista muy enfermo.                 Sin embargo, hay algo que me crispa mucho, y es no terminar el sueño con un desenlace feliz, que se quede a medias algún aspecto sin cerrar, alguna desgracia no reparada, algún hilo suelto. Y entonces, recién salido de mi mundo onírico, pero aún sin distinguir claramente lo que pertenece a este lado y al de la realidad, hago un ejercicio voluntario de cierre. Determino conscientemente el final, y obviamente, siempre concluye feliz. De este modo, me he puesto a salvo de persecuciones

El milagro de las dietas

Imagen
No es lo mismo las dietas milagro que el milagro de las dietas. Mientras que las primeras buscan cambios rápidos en tiempos cortos, las segundas apuntan a estilos de vida a largo plazo con resultados más consistentes. Reflexiono así sobre la alimentación literaria que he llevado a lo largo de mi vida y si lo que consumí de niño tiene que ver con mis hábitos de hoy. Creo que, simplificando, podría diferenciar tres grandes etapas nutricionales que han sido las protagonistas en los años que sumo a día de hoy.                Una primera, la infantil y juvenil, la más importante diría yo, la que me convirtió en lector para toda la vida, la del drogadicto que descubre el chute mágico de las letras y se engancha, la de las siestas de verano rodeado de Los cinco, Los tres investigadores, Los siete secretos, la de los juegos en la calle viajando a la luna o al fondo del mar con Julio Verne, la de la colección de Joyas Literarias que me acercaron a los clásicos a través del comic (ahora se llama

Realidad plástica

En el silencio de la madrugada, mientras escribo esto, escucho el burbujeo de la espuma del café que me acompaña. Es un pequeño clamor que sincroniza mis entrañas con la realidad del día que comienza. Apenas ha amanecido aún y la luz artificial de mi despacho proyecta sombras que anticipan las incertidumbres del día; algunas domésticas y otras de gran calado. Nunca los detalles tuvieron tanta relevancia como ahora. Pequeñas decisiones como acudir o no a una comida con amigos, nos llenan de inseguridades y dudas.                 Dicen que no nos juntemos, que nos quedemos en casa. A la vez hablan de mantener los comercios abiertos para evitar el desplome infinito de la economía. Imaginamos entonces a nuevos seres inmunes, quizás robots o entes reclutados de planetas cercanos, suplantando nuestra función de clientes y entrando a los bares, probándose ropa o eligiendo unos yogures de los estantes mientras nosotros permanecemos atrincherados en casa. Seguro que pronto empezarán también a i

Todavía estaba allí

Imagen
Y llegó septiembre y el dinosaurio todavía estaba allí. Después de la comedia estival vivida, Augusto Monterroso con su célebre microrrelato resume a la perfección lo sucedido. Durante agosto, giramos la cabeza a un lado y representamos nuestro papel de veraneantes con fronteras. A falta de vacunas, nos inyectamos geles y mascarillas para sortear los miedos. Cuadriculamos las playas y nominamos a las terrazas y restaurantes "oasis anti-COVID" donde uno podía desprenderse de sus armaduras y liberar sus bocas con riesgo cero. Gastamos sin remordimiento con la coartada de levantar la economía y así, entre gin tonics, paellas, fiestas y tumbonas, nos sentíamos como si fuéramos arrojados voluntarios de una ONG global.            Ahora hacemos recuento y recogemos los frutos resultantes. Pero aún no terminó la temporada infinita; seguimos sembrando y abonando los campos, las ciudades, las playas, los restaurantes, las casas, los colegios, las empresas, las calles, los supermercado

Los días perdidos

Mi cuerpo está cubierto tan solo con un pijama de cables. Despierto con el frío apoyado en el gotero que me observa como un buitre hambriento. Mi cabeza trabaja para recordar mientras mi cuerpo tiembla. Estoy algo confuso. Recuerdo salir ayer en camilla de la sala de hemodinámica.      Aparece una enfermera que me saluda con una sonrisa radiante. El sol se filtra por la ventana e ilumina su rostro. La miro con cara de pez congelado mientras me pregunta: ¿sabes quién soy? Me quedo pensando unos segundos y respondo: “Mónica, te llamas Mónica y estabas ayer por la tarde cuando ingresé”. Es guapa y sus grandes ojos son cálidos y están llenos de luz. Sonríe al ver que la recuerdo, y el frío se espanta y se marcha.      Me corrige con delicadeza y me dice que no nos vimos ayer, que fue ya hace más de tres días. Y entonces me cuenta, muy despacio, como si fuera un niño, que me puse muy malito y que me tuvieron que dormir. Mis mantas tejidas de cables y sensores me dejan de abrigar y un ai

La Cena

Al final del pasillo hay una puerta que no existe. Se encuentra en todas las casas a la espera de que alguien, por error, la atraviese. Una noche me levanté para ir al baño. A oscuras para no despertar a nadie y sin querer, la descubrí. Una luz grumosa de color carne iluminaba débilmente la estancia desproporcionada. El suelo de gelatina atrapó mis pies como un cepo viscoso y me fui hundiendo en un caldo orgánico. No luché, estaba dulcemente anestesiado. De fondo, mientras sentía como la casa metabolizaba mi cuerpo, escuché, ¿habéis visto a papá?

Mala mano

Detesto los juegos de cartas y sin embargo me vi metido en una partida. Me obligaron a jugar a mí y al resto de la humanidad. Todos, ya cuando descubrimos las cartas que el destino nos había proporcionado, al menos, contábamos con el rey de pandemia y el as de confinamiento. A algunos, además, les tocó el caballo del coronavirus. Hubo gente sin posibilidad de descartarse del juego anterior y ya arrastraba la sota del cáncer o el rey   maltratador de bastos. Los más atrevidos robaron una nueva buscando cambiar su suerte y se encontraron con algún naipe del palo de los ERTES. Unos cuantos miles descubrieron incrédulos que la peor carta del tarot se había traspapelado en la baraja de naipes. No les dio tiempo a reclamar.      El destino nunca fue bueno repartiendo cartas. No sé cómo aún el estado no lo ha intervenido. O al revés, a lo mejor hay que privatizarlo. No tengo muy claro quién mantiene el destino pero, en cualquier caso, lo hace muy mal.

Serie B

     Sigo inmerso en la pesadilla, pero ya no es una pesadilla creíble. Recuerdo algunas de calidad excelente que me devuelven a la realidad agitado, acelerado, asustado. En esta,   todo es tan exagerado, tan absurdamente estúpido, tan inverosímil que, según avanza el sueño, su mediocridad me aleja de cualquier emoción. Al igual que no sobresalta una mala película de terror donde la única agitación que suscita es la risa, esta pesadilla low-cost, trufada de hipérboles desmesuradas, ni conmueve, ni inquieta, ni perturba. Parece que cada día, los guionistas del sueño se afanasen un grado más por competir en su incompetencia. Exijo pesadillas de las de antes, admisibles, con zombies persiguiéndote, despeñamientos por barrancos, desnudeces al aire ante colectivos diversos, animales imposibles que conversan entre ellos para ver quien devora antes tus entrañas, jefes sin ojos que emergen del colchón y se acomodan en tu cama. Algo creíble por favor, no esta ridícula distopía de serie B que

Todo volverá a ser igual

     Ya hace varias semana que estamos en estado de alarma confinados en casa. En mi diario es solo un párrafo el que me separa de la cotidianidad de la vida anterior. Todo parece tan irreal, tan distópico. Las calles del planeta vacías mientras a diario cientos de personas mueren y miles se contagian. El miedo se acomodó en nuestros cerebros y, como otro virus más, se reproduce sin descanso. Permanecemos en nuestras casas a modo de trincheras. De vez en cuando hay que salir a comprar y sortear las balas que silban a nuestro alrededor. Volvemos a casa con leche, pan y coronavirus para toda la familia. Las noticias siempre son malas, las curvas erectas crecen hacia el cielo como si se hubieran intoxicado de viagra. No abren ángulo. No desfallecen. Les llaman curvas pero es un bulo geométrico que nos creemos cada día. Esperamos el gatillazo pero de momento no se produce. Nuestros soldados visten de blanco, verde, azul o de paisano y cada día salen de la trinchera con discreción para

Todo, nada

     Una sonrisa de oreja a oreja ilumina la oficina cuando llega Clara, la chica nueva. Primera de su promoción, guapa, simpática y con clase. Quinientos metros enmoquetados separan los ascensores de su mesa. Quinientos metros de pasarela que Clara recorre desfilando con gracia y descaro. Tengo suerte, mi mesa ofrece panorámica de todo el recorrido y yo, como una tonta ni parpadeo. Mientras la observo tengo la certeza de que llegará lejos, lo tiene todo y yo nada.      Los primeros cien metros los cubre envuelta en ilusiones e inocencia. La miro, la vuelvo a mirar y veo que ya no sonríe. De repente, a mitad de recorrido, camina con dificultad, como si cargara con un gran peso.   A su espalda veo que deja compañeros muertos con su ambición esparcida por la moqueta. Me espanto pero no puedo dejar de mirar a Clara. La chica divertida se ha transformado en una mueca seca y gris. Su belleza física sigue ahí pero ahora inspira temor. La luz fría de los fluorescentes ilumina la estanc

Vacaciones

He madrugado para bajar a la playa, como siempre. Apenas setecientos metros separan el hotel de la orilla. No hay nadie, solo el peñasco en medio del mar, frente a mí, menguando al ritmo que sube la marea. Nado cada mañana porque dentro del agua las cosas son más fáciles y mi mundo se ordena con menor gravedad. Borja duerme pero sabe de mi rutina diaria. Ya no se asusta si despierta y no estoy. Me espera siempre en la habitación jugando a la Play.      Voy al peñasco y vuelvo, esa es mi rutina, en total no llegará a tres kilómetros. Apenas ha amanecido y una luz naranja envuelve las montañas que se bañan en el mar.   El agua está fría, muy fría pero sé que cuando lleve unas cuantas brazadas dejaré de temblar. Mi cuerpo se desliza por el agua suavemente, sin resistencia apenas. A cada brazada saco la cabeza y corrijo el rumbo hacia el peñasco. Ya estoy casi. Tan solo unos metros y alcanzaré la diminuta isla. Doy una patada, estiro los brazos y consigo agarrarme a la roca por la que

Jubilación

     Esa mañana, muy temprano, Jaime corría por el pasillo en dirección al salón. Su hermana pequeña, Lucía, detrás, apenas podía seguirle el paso. Los dos iban en pijama y gritaban nerviosos. Sus rostros encendidos por la ilusión reflejaban ese momento mágico y único que quedará felizmente grabado para siempre en sus retinas. Alberto y Mónica cerraban el grupo y parecían disfrutar más que sus hijos. Al fin el salón, lleno de sillones tapizados por regalos, suelos alfombrados de cajas y paquetes. Era un festival de colores, tamaños y formas. Jaime y Lucía enloquecidos buscaban sus regalos y se abalanzaban sobre ellos para romper ansiosamente el papel que les separaba de la felicidad. Sus padres, abrazados, contemplaban extasiados la escena saboreando cada segundo.      No fue hasta media hora después, en el momento que Alberto fue a buscar lo que Santa Claus le había dejado en sus zapatos, cuando descubrió que estos, misteriosamente, habían desaparecido.      Días más tarde, un