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Mostrando entradas de abril, 2020

Mala mano

Detesto los juegos de cartas y sin embargo me vi metido en una partida. Me obligaron a jugar a mí y al resto de la humanidad. Todos, ya cuando descubrimos las cartas que el destino nos había proporcionado, al menos, contábamos con el rey de pandemia y el as de confinamiento. A algunos, además, les tocó el caballo del coronavirus. Hubo gente sin posibilidad de descartarse del juego anterior y ya arrastraba la sota del cáncer o el rey   maltratador de bastos. Los más atrevidos robaron una nueva buscando cambiar su suerte y se encontraron con algún naipe del palo de los ERTES. Unos cuantos miles descubrieron incrédulos que la peor carta del tarot se había traspapelado en la baraja de naipes. No les dio tiempo a reclamar.      El destino nunca fue bueno repartiendo cartas. No sé cómo aún el estado no lo ha intervenido. O al revés, a lo mejor hay que privatizarlo. No tengo muy claro quién mantiene el destino pero, en cualquier caso, lo hace muy mal.

Serie B

     Sigo inmerso en la pesadilla, pero ya no es una pesadilla creíble. Recuerdo algunas de calidad excelente que me devuelven a la realidad agitado, acelerado, asustado. En esta,   todo es tan exagerado, tan absurdamente estúpido, tan inverosímil que, según avanza el sueño, su mediocridad me aleja de cualquier emoción. Al igual que no sobresalta una mala película de terror donde la única agitación que suscita es la risa, esta pesadilla low-cost, trufada de hipérboles desmesuradas, ni conmueve, ni inquieta, ni perturba. Parece que cada día, los guionistas del sueño se afanasen un grado más por competir en su incompetencia. Exijo pesadillas de las de antes, admisibles, con zombies persiguiéndote, despeñamientos por barrancos, desnudeces al aire ante colectivos diversos, animales imposibles que conversan entre ellos para ver quien devora antes tus entrañas, jefes sin ojos que emergen del colchón y se acomodan en tu cama. Algo creíble por favor, no esta ridícula distopía de serie B que

Todo volverá a ser igual

     Ya hace varias semana que estamos en estado de alarma confinados en casa. En mi diario es solo un párrafo el que me separa de la cotidianidad de la vida anterior. Todo parece tan irreal, tan distópico. Las calles del planeta vacías mientras a diario cientos de personas mueren y miles se contagian. El miedo se acomodó en nuestros cerebros y, como otro virus más, se reproduce sin descanso. Permanecemos en nuestras casas a modo de trincheras. De vez en cuando hay que salir a comprar y sortear las balas que silban a nuestro alrededor. Volvemos a casa con leche, pan y coronavirus para toda la familia. Las noticias siempre son malas, las curvas erectas crecen hacia el cielo como si se hubieran intoxicado de viagra. No abren ángulo. No desfallecen. Les llaman curvas pero es un bulo geométrico que nos creemos cada día. Esperamos el gatillazo pero de momento no se produce. Nuestros soldados visten de blanco, verde, azul o de paisano y cada día salen de la trinchera con discreción para

Todo, nada

     Una sonrisa de oreja a oreja ilumina la oficina cuando llega Clara, la chica nueva. Primera de su promoción, guapa, simpática y con clase. Quinientos metros enmoquetados separan los ascensores de su mesa. Quinientos metros de pasarela que Clara recorre desfilando con gracia y descaro. Tengo suerte, mi mesa ofrece panorámica de todo el recorrido y yo, como una tonta ni parpadeo. Mientras la observo tengo la certeza de que llegará lejos, lo tiene todo y yo nada.      Los primeros cien metros los cubre envuelta en ilusiones e inocencia. La miro, la vuelvo a mirar y veo que ya no sonríe. De repente, a mitad de recorrido, camina con dificultad, como si cargara con un gran peso.   A su espalda veo que deja compañeros muertos con su ambición esparcida por la moqueta. Me espanto pero no puedo dejar de mirar a Clara. La chica divertida se ha transformado en una mueca seca y gris. Su belleza física sigue ahí pero ahora inspira temor. La luz fría de los fluorescentes ilumina la estanc