El milagro de las dietas

No es lo mismo las dietas milagro que el milagro de las dietas. Mientras que las primeras buscan cambios rápidos en tiempos cortos, las segundas apuntan a estilos de vida a largo plazo con resultados más consistentes. Reflexiono así sobre la alimentación literaria que he llevado a lo largo de mi vida y si lo que consumí de niño tiene que ver con mis hábitos de hoy. Creo que, simplificando, podría diferenciar tres grandes etapas nutricionales que han sido las protagonistas en los años que sumo a día de hoy.

            Una primera, la infantil y juvenil, la más importante diría yo, la que me convirtió en lector para toda la vida, la del drogadicto que descubre el chute mágico de las letras y se engancha, la de las siestas de verano rodeado de Los cinco, Los tres investigadores, Los siete secretos, la de los juegos en la calle viajando a la luna o al fondo del mar con Julio Verne, la de la colección de Joyas Literarias que me acercaron a los clásicos a través del comic (ahora se llamaría novela gráfica). Viví intensamente todas esas lecturas y no me equivoco si afirmo que todas esas experiencias le dieron alas a mi imaginación que aún hoy conservo. Mis padres fueron los culpables de esta adicción. No supieron protegerme e incluso en cierta forma, aunque me avergüence reconocerlo, hubo momentos en los que me incitaron a consumir. 

            Luego llegó la etapa de la responsabilidad, del trabajo, de la familia, y con ello llegó la literatura práctica. Se acabaron los cuentos y las historias. Ahora el objetivo era crecer, prosperar y cubrir los agujeros de conocimiento que se iban abriendo. A veces se trataba de saber cómo dormir a tu hijo con el Doctor Estivill; en otras ocasiones había que buscar inspiración para vencer la pereza con Correr o morir de Killian Jornet; incluso tenía días místicos en los que el cuerpo me pedía comprender lo inabarcable y me enfrascaba en El libro tibetano de la vida y la muerte, para pasar seguidamente, a cuestiones más banales como arreglar la bici con El Gran libro de la Mountain Bike. En las exigencias del curro se hacía necesario convertirse en innovador de repente y lo hacía de la mano de Tom Peters; en otras necesitaba gestionar mejor mi tiempo con David Allen o conseguir una ayudita por parte de Stephen Covey para alcanzar mis objetivos; incluso conseguía elaborar el mejor plan de marketing gracias a Philip Kotler. Mi dieta, durante este período, se empobreció ya que solo consumía libros de gestión empresarial, autoayuda y ensayos. Únicamente en verano, y no siempre, me permitía introducir ficción (una Rosa Montero, un Millás, un Pérez Reverte, no más) como si fuese este un producto de temporada como los helados o la sandía. Este período fue demasiado largo, y creyendo encontrar más proteínas, vitaminas y conocimiento de la vida y del ser humano en estos libros, gasté así prácticamente todos mis años hasta aproximadamente 2017. 
            
            Fue a partir de este año, y después de hacerme una analítica que descubrió mis carencias literarias y la grave enfermedad que padecía de buscar solo lo útil y lo práctico, cuando decidí cambiar mi alimentación radicalmente. Descubrí la nueva dieta de la narrativa y la abrumadora cantidad de nutrientes que me ofrecía. Renuncié a los grasientos saberes prácticos y a la utilidad del conocimiento para disfrutar de las historias, simplemente, sin más ambición. Se abrió una dimensión en mi vida inesperada, un mundo lleno de libros y autores fantásticos, muchos de ellos nuevos para mí: los contemporáneos por supuesto, pero también los considerados clásicos y que nunca jamás había leído. Mi aparato digestivo y circulatorio se llenó de escritores como Paul Auster, Camus, Zweig, Mariana Enríquez, de Vigan, Aramburu, Shirley Jackson, Salinger, Capote, Saramago, Murakami, Maggie O´Farell, Jhumpa Lahiri y muchísimos más que, día a día, voy destapando y metabolizando con mis jugos gastroliterarios. Pensé que ahora, el exceso de ficción me produciría de nuevo desequilibrios en mis nuevas analíticas por centrarme solo en una categoría, pero no, mis indicadores estaban todos correctos y mi enfermedad mejoraba. Ya no buscaba lo aparentemente útil, al menos directamente, porque me di cuenta que a través de lo inútil llegaba a lo útil; quizá haya más verdad y conocimiento del alma humana en Ana Karenina que en cualquier manual de psicología. 

            A día de hoy tengo amagos de vaciar mi biblioteca de libros prácticos preprocesado y repletos de colesterol para seguir llenándola de libros inútiles pero saludables. Pero me resisto porque todos ellos forman parte de mí y, de una manera u otra, me han conducido hasta aquí, a lo que soy y a lo que tengo. No obstante, cuando veo tontear en la estantería a Steve Jobs con Kafka miro a otro lado y me pregunto si esto es cocina fusión y pudiera ser el alimento del futuro.

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