Hilos sueltos

Normalmente no sueño con grandes tragedias ni tengo pesadillas recurrentes. Voy cada día a la cama, feliz de reencontrarme con mi refugio, donde las horas de descanso repararán y ordenarán todo aquello que el día ensució. Podría incluso decir que cuando sueño me divierto. Asisto a una especie de pase de cine donde el protagonista soy yo y donde me suceden cosas tan increíbles y surrealistas que, cuando consigo recordarlas, ya en la vigilia, me parecen ideadas por un guionista muy enfermo. 

            Sin embargo, hay algo que me crispa mucho, y es no terminar el sueño con un desenlace feliz, que se quede a medias algún aspecto sin cerrar, alguna desgracia no reparada, algún hilo suelto. Y entonces, recién salido de mi mundo onírico, pero aún sin distinguir claramente lo que pertenece a este lado y al de la realidad, hago un ejercicio voluntario de cierre. Determino conscientemente el final, y obviamente, siempre concluye feliz. De este modo, me he puesto a salvo de persecuciones inquietantes, me he reconciliado con amigos incomodados, he recuperado a mi madre perdida, he resucitado algún muerto, he hallado mi coche desaparecido, y un largo etcétera. 

            No soy supersticioso en la vida, pero sí en los sueños. Y dejar cabos sin atar en ese mundo oculto y extraño que visito cada noche, no me parece la mejor idea.

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