Realidad plástica

En el silencio de la madrugada, mientras escribo esto, escucho el burbujeo de la espuma del café que me acompaña. Es un pequeño clamor que sincroniza mis entrañas con la realidad del día que comienza. Apenas ha amanecido aún y la luz artificial de mi despacho proyecta sombras que anticipan las incertidumbres del día; algunas domésticas y otras de gran calado. Nunca los detalles tuvieron tanta relevancia como ahora. Pequeñas decisiones como acudir o no a una comida con amigos, nos llenan de inseguridades y dudas. 

            Dicen que no nos juntemos, que nos quedemos en casa. A la vez hablan de mantener los comercios abiertos para evitar el desplome infinito de la economía. Imaginamos entonces a nuevos seres inmunes, quizás robots o entes reclutados de planetas cercanos, suplantando nuestra función de clientes y entrando a los bares, probándose ropa o eligiendo unos yogures de los estantes mientras nosotros permanecemos atrincherados en casa. Seguro que pronto empezarán también a ir a nuestros trabajos para protegernos. Me da cierta tranquilidad en cuanto a que así la economía quedará a salvo aunque, por otra parte, me causa algo de desasosiego pensar que hay criaturas extrañas que deambulan por las ciudades ocupándose de los empleos y del ocio que nos pertenece. 

            Quizá, en el proceso evolutivo-adaptativo, nuestro futuro sea el de ser únicamente un cerebro que permanece en casa, se alimenta y consume ficciones mientras otros realizan las actividades reales que nos son vetadas. Todo sea por el bien de la economía, me digo mientras observo que ya ha amanecido pero las luces del día no terminan de ganarle la partida a las artificiales.

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