Mala mano
Detesto los
juegos de cartas y sin embargo me vi metido en una partida. Me obligaron a
jugar a mí y al resto de la humanidad. Todos, ya cuando descubrimos las cartas que
el destino nos había proporcionado, al menos, contábamos con el rey de pandemia
y el as de confinamiento. A algunos, además, les tocó el caballo del
coronavirus. Hubo gente sin posibilidad de descartarse del juego anterior y ya
arrastraba la sota del cáncer o el rey
maltratador de bastos. Los más atrevidos robaron una nueva buscando
cambiar su suerte y se encontraron con algún naipe del palo de los ERTES. Unos
cuantos miles descubrieron incrédulos que la peor carta del tarot se había
traspapelado en la baraja de naipes. No les dio tiempo a reclamar.
El destino nunca fue bueno repartiendo
cartas. No sé cómo aún el estado no lo ha intervenido. O al revés, a lo mejor
hay que privatizarlo. No tengo muy claro quién mantiene el destino pero, en
cualquier caso, lo hace muy mal.
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