Entradas

La fórmula secreta

Imagen
  Mi cuerpo está cubierto con un pijama de cables. Despierto con el frío apoyado en el gotero que me observa como un buitre hambriento. Mi cabeza trabaja para recordar mientras mi cuerpo tiembla. Estoy confuso. Aparece una enfermera con mascarilla que me saluda con una sonrisa radiante que se le sale por los ojos. El sol se filtra por la ventana e ilumina su rostro. La miro con cara de pez congelado mientras me pregunta: ¿qué tal estás? Me quedo pensando unos segundos, desorientado. Intento responder, pero un latigazo en mi garganta me sacude el cuerpo y me impide contestar. Al ver mi gesto retorcido de dolor, me dice que no me preocupe, que es normal no poder hablar después de pasar varios meses intubado. Mientras ajusta una medicación en el gotero me va dando explicaciones sobre la laringe y su funcionamiento. A las doce pasará el médico a reconocerme y me explicará más en detalle, concluye. Se marcha. Me quedo mirándola y observo que, en su uniforme, por detrás, aparece estampada

Teoría de la relatividad

Imagen
No entiendo nada, 2020 ha sido mi mejor año, además estamos en Navidades, sin embargo, todos parecen tristes. No se percibe la alegría de otras veces. Y la verdad, por más que le doy vueltas, no encuentro motivo. Recuerdo el comienzo como siempre, tumbado plácidamente en el sillón, con el concierto de año nuevo sonando de fondo mientras la casa se llenaba de aromas increíbles procedentes de la cocina. Luego llegó la familia y pudimos degustar esos sabrosos manjares.   Al principio todo apuntaba como cualquier año, cada uno en sus trabajos y colegios, y yo esperando con la ansiedad que me caracteriza. Sin embargo, al poco tiempo comprobé que las cosas habían cambiado. Todos estábamos en casa, yo empecé a salir más que nunca y pude encontrarme con mis amigos en muchas ocasiones. Estaba muy feliz. Y así discurrieron varios meses hasta que llegaron los calores del verano y nos fuimos de vacaciones. Y esta vez, juntos, no como algún año atrás que yo no pude ir. Disfruté un montón del mar

Hilos sueltos

Imagen
Normalmente no sueño con grandes tragedias ni tengo pesadillas recurrentes. Voy cada día a la cama, feliz de reencontrarme con mi refugio, donde las horas de descanso repararán y ordenarán todo aquello que el día ensució. Podría incluso decir que cuando sueño me divierto. Asisto a una especie de pase de cine donde el protagonista soy yo y donde me suceden cosas tan increíbles y surrealistas que, cuando consigo recordarlas, ya en la vigilia, me parecen ideadas por un guionista muy enfermo.                 Sin embargo, hay algo que me crispa mucho, y es no terminar el sueño con un desenlace feliz, que se quede a medias algún aspecto sin cerrar, alguna desgracia no reparada, algún hilo suelto. Y entonces, recién salido de mi mundo onírico, pero aún sin distinguir claramente lo que pertenece a este lado y al de la realidad, hago un ejercicio voluntario de cierre. Determino conscientemente el final, y obviamente, siempre concluye feliz. De este modo, me he puesto a salvo de persecuciones

El milagro de las dietas

Imagen
No es lo mismo las dietas milagro que el milagro de las dietas. Mientras que las primeras buscan cambios rápidos en tiempos cortos, las segundas apuntan a estilos de vida a largo plazo con resultados más consistentes. Reflexiono así sobre la alimentación literaria que he llevado a lo largo de mi vida y si lo que consumí de niño tiene que ver con mis hábitos de hoy. Creo que, simplificando, podría diferenciar tres grandes etapas nutricionales que han sido las protagonistas en los años que sumo a día de hoy.                Una primera, la infantil y juvenil, la más importante diría yo, la que me convirtió en lector para toda la vida, la del drogadicto que descubre el chute mágico de las letras y se engancha, la de las siestas de verano rodeado de Los cinco, Los tres investigadores, Los siete secretos, la de los juegos en la calle viajando a la luna o al fondo del mar con Julio Verne, la de la colección de Joyas Literarias que me acercaron a los clásicos a través del comic (ahora se llama

Realidad plástica

En el silencio de la madrugada, mientras escribo esto, escucho el burbujeo de la espuma del café que me acompaña. Es un pequeño clamor que sincroniza mis entrañas con la realidad del día que comienza. Apenas ha amanecido aún y la luz artificial de mi despacho proyecta sombras que anticipan las incertidumbres del día; algunas domésticas y otras de gran calado. Nunca los detalles tuvieron tanta relevancia como ahora. Pequeñas decisiones como acudir o no a una comida con amigos, nos llenan de inseguridades y dudas.                 Dicen que no nos juntemos, que nos quedemos en casa. A la vez hablan de mantener los comercios abiertos para evitar el desplome infinito de la economía. Imaginamos entonces a nuevos seres inmunes, quizás robots o entes reclutados de planetas cercanos, suplantando nuestra función de clientes y entrando a los bares, probándose ropa o eligiendo unos yogures de los estantes mientras nosotros permanecemos atrincherados en casa. Seguro que pronto empezarán también a i

Todavía estaba allí

Imagen
Y llegó septiembre y el dinosaurio todavía estaba allí. Después de la comedia estival vivida, Augusto Monterroso con su célebre microrrelato resume a la perfección lo sucedido. Durante agosto, giramos la cabeza a un lado y representamos nuestro papel de veraneantes con fronteras. A falta de vacunas, nos inyectamos geles y mascarillas para sortear los miedos. Cuadriculamos las playas y nominamos a las terrazas y restaurantes "oasis anti-COVID" donde uno podía desprenderse de sus armaduras y liberar sus bocas con riesgo cero. Gastamos sin remordimiento con la coartada de levantar la economía y así, entre gin tonics, paellas, fiestas y tumbonas, nos sentíamos como si fuéramos arrojados voluntarios de una ONG global.            Ahora hacemos recuento y recogemos los frutos resultantes. Pero aún no terminó la temporada infinita; seguimos sembrando y abonando los campos, las ciudades, las playas, los restaurantes, las casas, los colegios, las empresas, las calles, los supermercado

Los días perdidos

Mi cuerpo está cubierto tan solo con un pijama de cables. Despierto con el frío apoyado en el gotero que me observa como un buitre hambriento. Mi cabeza trabaja para recordar mientras mi cuerpo tiembla. Estoy algo confuso. Recuerdo salir ayer en camilla de la sala de hemodinámica.      Aparece una enfermera que me saluda con una sonrisa radiante. El sol se filtra por la ventana e ilumina su rostro. La miro con cara de pez congelado mientras me pregunta: ¿sabes quién soy? Me quedo pensando unos segundos y respondo: “Mónica, te llamas Mónica y estabas ayer por la tarde cuando ingresé”. Es guapa y sus grandes ojos son cálidos y están llenos de luz. Sonríe al ver que la recuerdo, y el frío se espanta y se marcha.      Me corrige con delicadeza y me dice que no nos vimos ayer, que fue ya hace más de tres días. Y entonces me cuenta, muy despacio, como si fuera un niño, que me puse muy malito y que me tuvieron que dormir. Mis mantas tejidas de cables y sensores me dejan de abrigar y un ai

La Cena

Al final del pasillo hay una puerta que no existe. Se encuentra en todas las casas a la espera de que alguien, por error, la atraviese. Una noche me levanté para ir al baño. A oscuras para no despertar a nadie y sin querer, la descubrí. Una luz grumosa de color carne iluminaba débilmente la estancia desproporcionada. El suelo de gelatina atrapó mis pies como un cepo viscoso y me fui hundiendo en un caldo orgánico. No luché, estaba dulcemente anestesiado. De fondo, mientras sentía como la casa metabolizaba mi cuerpo, escuché, ¿habéis visto a papá?

Mala mano

Detesto los juegos de cartas y sin embargo me vi metido en una partida. Me obligaron a jugar a mí y al resto de la humanidad. Todos, ya cuando descubrimos las cartas que el destino nos había proporcionado, al menos, contábamos con el rey de pandemia y el as de confinamiento. A algunos, además, les tocó el caballo del coronavirus. Hubo gente sin posibilidad de descartarse del juego anterior y ya arrastraba la sota del cáncer o el rey   maltratador de bastos. Los más atrevidos robaron una nueva buscando cambiar su suerte y se encontraron con algún naipe del palo de los ERTES. Unos cuantos miles descubrieron incrédulos que la peor carta del tarot se había traspapelado en la baraja de naipes. No les dio tiempo a reclamar.      El destino nunca fue bueno repartiendo cartas. No sé cómo aún el estado no lo ha intervenido. O al revés, a lo mejor hay que privatizarlo. No tengo muy claro quién mantiene el destino pero, en cualquier caso, lo hace muy mal.

Serie B

     Sigo inmerso en la pesadilla, pero ya no es una pesadilla creíble. Recuerdo algunas de calidad excelente que me devuelven a la realidad agitado, acelerado, asustado. En esta,   todo es tan exagerado, tan absurdamente estúpido, tan inverosímil que, según avanza el sueño, su mediocridad me aleja de cualquier emoción. Al igual que no sobresalta una mala película de terror donde la única agitación que suscita es la risa, esta pesadilla low-cost, trufada de hipérboles desmesuradas, ni conmueve, ni inquieta, ni perturba. Parece que cada día, los guionistas del sueño se afanasen un grado más por competir en su incompetencia. Exijo pesadillas de las de antes, admisibles, con zombies persiguiéndote, despeñamientos por barrancos, desnudeces al aire ante colectivos diversos, animales imposibles que conversan entre ellos para ver quien devora antes tus entrañas, jefes sin ojos que emergen del colchón y se acomodan en tu cama. Algo creíble por favor, no esta ridícula distopía de serie B que