La fórmula secreta
Mi cuerpo está cubierto con un pijama de cables. Despierto con el frío apoyado en el gotero que me observa como un buitre hambriento. Mi cabeza trabaja para recordar mientras mi cuerpo tiembla. Estoy confuso. Aparece una enfermera con mascarilla que me saluda con una sonrisa radiante que se le sale por los ojos. El sol se filtra por la ventana e ilumina su rostro. La miro con cara de pez congelado mientras me pregunta: ¿qué tal estás? Me quedo pensando unos segundos, desorientado. Intento responder, pero un latigazo en mi garganta me sacude el cuerpo y me impide contestar. Al ver mi gesto retorcido de dolor, me dice que no me preocupe, que es normal no poder hablar después de pasar varios meses intubado. Mientras ajusta una medicación en el gotero me va dando explicaciones sobre la laringe y su funcionamiento. A las doce pasará el médico a reconocerme y me explicará más en detalle, concluye. Se marcha. Me quedo mirándola y observo que, en su uniforme, por detrás, aparece estampada