La fórmula secreta

 


Mi cuerpo está cubierto con un pijama de cables. Despierto con el frío apoyado en el gotero que me observa como un buitre hambriento. Mi cabeza trabaja para recordar mientras mi cuerpo tiembla. Estoy confuso.

Aparece una enfermera con mascarilla que me saluda con una sonrisa radiante que se le sale por los ojos. El sol se filtra por la ventana e ilumina su rostro. La miro con cara de pez congelado mientras me pregunta: ¿qué tal estás? Me quedo pensando unos segundos, desorientado. Intento responder, pero un latigazo en mi garganta me sacude el cuerpo y me impide contestar. Al ver mi gesto retorcido de dolor, me dice que no me preocupe, que es normal no poder hablar después de pasar varios meses intubado. Mientras ajusta una medicación en el gotero me va dando explicaciones sobre la laringe y su funcionamiento. A las doce pasará el médico a reconocerme y me explicará más en detalle, concluye. Se marcha. Me quedo mirándola y observo que, en su uniforme, por detrás, aparece estampada una conocida marca de bebidas refrescantes, con sus colores corporativos. También reparo en la estancia en la que estoy; dos cortinillas a los lados me separan de lo que podrían ser otros enfermos; varios aparatos me rodean y sus brazos de tubos y cables me abrazan rígidamente. Un poco más lejos observo el control de enfermería; varios espumillones navideños reptan por las paredes blancas de yeso, y un abeto, de plástico barato repleto de bolas de colores y luces, intentan dar calor a la estancia.

                A las doce y diez viene la doctora, no puedo ver su rostro, lleva mascarilla y gafas que parecen de snowboard. Me hace un resumen rápido de mi situación y de lo que me sucedió. Yo no recuerdo apenas, pero parece ser que me infecté de COVID en marzo, en la tercera ola. Fui empeorando hasta que acabé ingresado y finalmente intubado en la UCI. Han pasado nueve meses desde entonces, estamos a 24 de diciembre de 2021, me explica. Horrorizado por el tiempo perdido, y ya quizá con los efectos de la sedación a la baja, empiezo a ser consciente de mis circunstancias y lo primero que hago es preguntar por mi mujer y mi hijo. Están bien, responde, se contagiaron, pero lo pasaron sin síntomas, además, continua, se elaboró una nueva vacuna y prácticamente toda la población a nivel mundial está inmunizada. Completamente aturdido, me quedo observando la solapa de su bata, reconozco el logo de un gigante de la distribución donde suelo comprar artículos que me traen a casa. Qué extraño es todo, me digo, quizá esté aún dormido y viva dentro de un sueño o tal vez sea el efecto de las medicinas sobre mi cerebro. No puede ser real lo que estoy viviendo.

                Paso la mañana de prueba en prueba entre enfermeros de Coca Cola y médicos de Amazon. Me explican que a la una de la tarde vendrá la prensa para grabar el resumen, y dado que hoy he sido extubado, probablemente se detengan en mí un poco más. ¿La prensa?, ¿a grabar?, ¿de qué demonios están hablando? Mi incapacidad para poder comunicarme me desespera, no entiendo nada, ¿soy acaso una persona famosa? Mi oficio es el de pescadero y cada día me levantaba a las cuatro de la mañana para ir a Mercamadrid y ofrecer a mis clientes el mejor pescado del barrio. ¿Qué está ocurriendo? Voy recordando poco a poco y me viene a la cabeza el brote que hubo en el mercado, tuvimos que cerrar y dejamos de tener ingresos. Luego el manifiesto que firmamos todos los comerciantes reclamando ayudas al gobierno. Al menos mi mujer mantuvo el empleo como cajera del Carrefour. Pero, ¿seguirá trabajando?, ¿cómo habrá pasado todos estos meses?, ¿continuará enamorada de mí? ¿Y mi hijo? estaba en el último curso de la universidad, ¿habrá terminado? Me han dicho que todos los días, a las seis de la tarde, llaman para preguntar por mí. Hoy me pasarán el teléfono para que pueda escucharles, es Nochebuena y es un gran regalo para mi familia que haya salido de mi coma inducido.

                Puntualmente, tal y como me anunciaron, aparecen varios cámaras de televisión y un reportero micrófono en mano. Me graban durante unos minutos, no les dejan más. El periodista me formula varias preguntas a las que solo tengo que asentir o negar con la cabeza. Son cuestiones interesándose por mi estado. Escucho lo que dice a cámara sobre mí, habla de que soy un héroe más y que la sociedad está en deuda conmigo. Vuelvo a sentirme fuera del mundo, algo ha cambiado en estos meses, algo muy extraño que no acierto a comprender. O quizá se trate de efectos secundarios de mi enfermedad. Había oído que el COVID provocaba daños neurológicos. Me siento impotente, no tengo habla, no puedo comunicarme. Necesito preguntar. Debo conseguir papel o una pizarra o algo que me permita establecer contacto con los demás.

Por fin escucho a mi mujer al teléfono, sus palabras se resbalan entre tantas lágrimas, me explica que, sorprendentemente, desde que nos vacunamos, el mundo ha cambiado, que por fin nos unimos la humanidad entera para rediseñar una sociedad más justa. La escala de valores se transformó. Ahora los trabajadores esenciales son las nuevas estrellas mediáticas y gozan del reconocimiento y admiración que nunca tuvieron. Incluso las grandes corporaciones firman ahora contratos millonarios de patrocinio con hospitales, mercados, policías, agricultores, y no con futbolistas, estrellas del rock o programas basura de la televisión.

Mientras, a casi cinco mil kilómetros de distancia, en la gélida Laponia finlandesa, un anciano con gorro rojo supervisa en secreto la producción especial de la vacuna. Durante los últimos meses se ha conseguido distribuir, sin sospechas, a través de los gigantes farmacéuticos. A día de hoy, nadie ha descubierto aún la molécula del sentido común en el compuesto.


Comentarios

Pilar Uruñuela ha dicho que…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Pilar Uruñuela ha dicho que…
Hola Fernando. Me ha conmovido tu relato. A pesar de ser ficción, he visto por un momento el mundo así de espectacular. Todos apoyando el hombro, aunque el protagonista no tenga la posibilidad de dar un grito de alegría. El humor en los textos me encanta, siempre que sean bien llevado como lo has hecho tú. Gracias por esta estupenda lectura.
Rosely ha dicho que…
¡Sabroso texto! ¡Un gustazo leerlo!
Rosa Vázquez del Mercado ha dicho que…
Esta fórmula secreta está increible, gran imaginacion y creatividad en el relato. Me ha gustado mucho. Felicidades Fernando