De picnic



Un calor extremo nos estaba agotando por momentos. La sequía reinaba en toda la región y ya eran muchos meses sin llover. De seguir así muchos cultivos se echarían a perder y comenzarían las migraciones.

Llevábamos ya más de 30 km buscando donde comer. En esta tierra inhóspita no hay mucho donde elegir, por lo que decidimos parar en el primer lugar que cumpliera unas condiciones mínimas para resguardarnos de las altas temperaturas.

Entre tanta llanura y aridez, a lo lejos, divisamos un paraje que cumplía con creces nuestras expectativas. Parecía no pertenecer al paisaje cotidiano en el que nos manejábamos cada día. Frondosas plantas y arbustos, aromas delicados a hierbas, cortezas y brotes. Y en el centro, como un gran espejo, quieta, mansa y cristalina, una laguna que reflejaba en tonalidades esmeralda la vegetación que la rodeaba. No era un sueño, era real.

Con cierta desconfianza y precaución buscamos nuestro mejor acomodo y comenzamos a comer y beber, en silencio y comunión, al menos en esos primeros instantes donde los primeros bocados son como un chute de vida que nos resucita. Siempre he pensado que no hay nada como comer con hambre; los sentidos se afilan, los olores de la comida se tornan en perfumes alimenticios, la contemplación precede a la degustación y nos anticipa una fiesta de sabores. Y cuando el alimento llega a la boca y recubre el paladar, y las papilas gustativas se empapan de los diferentes manjares, alcanzamos el éxtasis. Es cierto que el oído parece ajeno al asunto, pero no se come en silencio, el ruido propio y del resto constituye una melosa banda sonora, cuyo final es un orquestal y musical movimiento de deglución que da por terminado el almuerzo.

Ese día no estábamos únicamente nosotros, había también otras familias que nos habían acompañado como ya había sucedido en ocasiones anteriores. La verdad es que no éramos de hacer muchos planes solos, preferíamos organizar este tipo de salidas en grupo. Nos sentíamos más seguros en estas tierras siempre salvajes y a veces hostiles.

La confianza y tranquilidad empezó a reinar entre nosotros, quizá ya fruto de haber satisfecho gran parte de nuestras necesidades más primarias.  Los mayores reposábamos a la sombra  mientras nuestros hijos disfrutaban remojándose en los márgenes de la laguna. Una atmosfera placentera nos envolvía en esa jornada festiva. Nada hacía presagiar la tragedia.

Los mismos sentidos que me acababan de proporcionar placeres intensos mientras comíamos, se tornaron en emisarios del horror y del espanto que íbamos a experimentar. El espejo de agua se quebró con una violenta sacudida, las aguas se abrieron con un ruido ensordecedor, y de las profundidades del lago emergió una criatura primitiva y salvaje. Las fauces del enorme reptil atraparon a uno de los pequeños que se divertía chapoteando en la orilla. Un grito desgarrador y una vacua resistencia fueron el último adiós mientras el cocodrilo arrastraba a la pequeña víctima hasta los oscuros fondos de la laguna. Todos huimos cobardemente, nadie hizo nada más que tratar de ponerse a salvo, nadie hizo nada más que seguir a su instinto animal.


Comentarios