LOS BUENOS AMIGOS


Hablamos, reímos, debatimos, lloramos, sentimos. No juzgamos, no calificamos, no nos cansamos, no nos descuidamos. Así son y espero que así somos.

Cada vez que quedamos perdemos un trocito de individualidad que ganamos en comunión. Es posible que, a este ritmo, llegue un momento en el que cuando estemos juntos ya no existamos como individuos. Seremos un sólo organismo emocional, con un único corazón y cerebro. Este proceso de alquimia, aparentemente complejo, no lo es tanto ya que se produce de forma natural cada vez que nos vemos, nos hablamos y nos sentimos. La alegría de Esther se convierte en fiesta para todos. El dolor de Jorge nos nubla el día a los seis. Las preocupaciones de Ramón nos meten la noche de golpe. Las risas de Sonia contagian a cada uno de nosotros. Ya no distingo si el suceso me ocurre a mi o al otro. Mis terminaciones nerviosas lo registra como propio y así lo proceso.

Hay más ventajas que propician el ser un único organismo cuando estamos juntos. Por ejemplo, ahora, con el calor, es un alivio dejar la armadura y la espada en casa cuando hacemos una de nuestras kedadas. Se hace extraño y liviano pasear sin toda esta parafernalia que diariamente debemos llevar para conquistar el mundo.

También le damos el día libre a los prejuicios y así, aireamos el verdadero YO que suele andar escondido y apolillado en el trastero por tan poco uso.

Una vez más, hoy, hemos vuelto a ser felices juntos. Hemos compartido la fiesta de una de nuestras mayores aficiones, la lectura, y lo hemos celebrado luego con un estupendo almuerzo. Seis adultos y seis niños viviendo la vida y siendo auténticos, sin miedos, sin corazas, de frente y con complicidad.

Gracias Esther, Sonia, Rocío, Jorge, Ramón, Ana, Sara, Alejandra, Lucía, Irene y Paula, por ser mis ángeles.

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